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Contra la sagrada forma

Omar M. Gallardo

Con un espíritu similar al que animó a Juan Goytisolo a escribir Las sagradas formas, libro que reúne una serie de ensayos críticos para “poner en tela de juicio las verdades establecidas de una vez para siempre en el ámbito de la historia y la literatura”, el presente ensayo, de proporciones más modestas, pretende plantear un grupo de cuestionamientos respecto al cariz de la publicación académica contemporánea en el horizonte latinoamericano, con el ánimo de abrir el debate sobre los géneros de escritura académica y los mecanismos y condiciones de publicación y comunicación del conocimiento científico en el campo de las ciencias sociales y las humanidades. Por tanto, se trata de una primera aproximación contra el imperio del artículo científico, género de escritura privilegiado por las universidades, agencias de financiamiento de la ciencia y la tecnología y repositorios de información científica para comunicar los resultados de la investigación en este campo del saber.

En un reciente artículo Manuel Gil Antón planteó algunas de las aberraciones del trabajo de investigación promovido por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt-México), a través del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). La concepción dominante, escribe Gil Antón, “reduce la investigación a publicar cuanto antes y cuanto más, mejor, privilegiando dónde se publica (el lugar que ocupe la revista en una clasificación de acuerdo con su “impacto” como sinónimo de calidad) más que la buena hechura académica de lo que interesa comunicar a la comunidad de expertos en la materia, o a un conjunto mayor al que el tema le interese”.  Para resumirlo en una frase, la academia y sus burocracias han confundido el árbol con el bosque.

Desdeñar otros géneros de escritura académica significa cercenar las expresiones culturales de una región del orbe que, en el caso del ensayo, ha mostrado mayor eficacia para comprender, entre otros temas, la realidad política de nuestros países en diferentes momentos de la historia latinoamericana.

De esta forma, el canal académicamente rentable para comunicar el conocimiento es la revista de investigación científica, a través de un género de escritura, también particular: el artículo científico. Esta sagrada forma, que en el caso de las ciencias sociales y humanísticas ha desvirtuado el sentido de la publicación, se ha convertido en un instrumento de evaluación del trabajo académico, particularmente de investigadores universitarios en condiciones laborales precarias, como lo ha mostrado Lorena Pilloni en su entrada más reciente a este Blog: ¿Y si al hablar de evaluación académica también hablamos de trabajo?

El imperio de este género de escritura en las ciencias sociales y las humanidades se ha importado acríticamente de las ciencias naturales ninguneando, prácticamente, otros canales de comunicación del trabajo de investigación; por ejemplo, la publicación de libros individuales y colectivos, las conferencias, las actas de congresos, la organización de seminarios especializados, la escritura de tesis y tesinas, entre otros. No sé si se trate de un complejo de inferioridad respecto al estatuto de cientificidad por parte de los cultores de las ciencias sociales y las humanidades, o de una voluntad discriminatoria por parte de los cultures de las ciencias naturales, lo que ha favorecido que este género de escritura y canal de comunicación académica se haya impuesto sobre los demás campos del saber.

Lo cierto es que esta sagrada forma ha terminado por reducir la investigación social a la publicación de este tipo de textos que, en el mejor de los casos, son leídos por los pares investigadores que los evalúan y, en el peor, ni siquiera por el editor de la revista. Seguramente algunos colegas editores saben de esto, pero para quienes gustan consultar referencias con evidencia empírica, recomiendo la lectura de Imposturas intelectuales, de los físicos Alan Sokal y Jean Bricmont.  

Merece la pena recordar que la comunicación de la investigación social y humanística en América Latina no siempre encaja en la estructura rígida del artículo científico; también es importante recordar que la publicación académica en ciencias sociales y humanidades no solamente está dirigida al público de expertos que dominan tal o cual materia.

La publicación académica también cumple su dimensión social al estar dirigida a un amplio y variado público que busca ideas y argumentos para discutir y orientar la vida pública. También está dirigida a los estudiantes de licenciatura y posgrado, cumpliendo una función pedagógica. Es decir, la publicación académica en el universo de las ciencias sociales y humanísticas no se contenta con la simple evaluación, sino que busca incidir en la vida pública a través del diálogo con interlocutores no académicos: ciudadanos, servidores públicos, representantes populares, líderes de opinión, intelectuales orgánicos, activistas, bibliómanos, etc.

Acorde a su perfil contemporáneo, las revistas académicas en este campo del saber se han retraído a un diálogo sordo entre autores, editores, evaluadores y repositorios. Se publica, en muchos casos, para el currículum, como nos recuerda Claudio Lomnitz en su ensayo curriculismo mágico.  

En un maravilloso libro combativo, Michel Onfray escribe su “Manifiesto por una Universidad popular”, en el cual dedica un apartado a las nefastas consecuencias de los imperativos del mercado en la cultura y la vida académica. “La biblioteca rosa en filosofía”, es el título con el que el profesor francés critica el universo de la edición filosófica: “El menor opúsculo es lanzado al mercado: obrillas con un título algo humorístico, falsamente desenvueltas, inconsistentes intelectualmente —es decir que no contienen idea alguna, y menos aún subversiva, peligrosa o útil para la resistencia del mundo tal como este va—”.

El mismo mal padece la edición académica en general. Se publica mucho porque el criterio de evaluación del trabajo de investigación es parcial y limitado: reducido a criterios cuantitativos. Los investigadores deben reunir, en un tiempo récord, un número mínimo de trabajos, llamados “productos”, para demostrar su “calidad” como investigadores y acceder a los programas de estímulos institucionales y externos que son paliativos de la precariedad laboral imperante.

Históricamente, para los hispanos de ambos lados del atlántico la reflexión social y humanística ha encontrado mejores condiciones —desde hace casi quinientos años— en otro género de escritura que al paso de los días se va destiñendo del universo académico: el ensayo. No es casual que bajo el imperio de “la sagrada forma” no estén citados nuestros mejores pensadores, académicos, filósofos y escritores hispanoamericanos. Es decir, ¿dónde queda la obra —no la producción académica— de los grandes maestros del pensamiento hispanoamericano que también impartieron cátedra y sus libros fueron publicados, en muchos casos, por editoriales universitarias?

El legado intelectual de pensadores y  académicos como Alfonso Reyes, Luis Villoro, Octavio Paz, José Guilherme Merquior, José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, José Gaos, Miguel León Portilla, María Zambrano; entre muchos otros, está más allá de los márgenes contemporáneos que bordean el circuito digital de la comunicación académica y sus correspondientes índices y rankings. La disyuntiva actual para algunos profesores e intelectuales públicos es muy clara: ¿citas o lectores? Tal es el caso de Roger Bartra, quien ha reflexionado sobre la publicación académica en la era de la revolución digital.

La publicación académica en el universo de las ciencias sociales y humanísticas no se contenta con la simple evaluación, sino que busca incidir en la vida pública a través del diálogo con interlocutores no académicos: ciudadanos, servidores públicos, representantes populares, líderes de opinión, intelectuales orgánicos, activistas, bibliómanos, etc.

Así las cosas, conviene reivindicar, por un lado, los circuitos alternativos de comunicación históricamente definidos en América Latina, al tiempo que “revertir el proceso habitual de construcción de indicadores, que normalmente se alimenta de bases de datos “internacionales”, para construirlos desde abajo hacia arriba, a través de la observación a nivel institucional”, como lo sugiere Fernanda Beigel en su entrada a este blog: Un mundo de circuitos: el desplazamiento desde el impacto a la circulación.   

Desdeñar otros géneros de escritura académica significa cercenar las expresiones culturales de una región del orbe que, en el caso del ensayo, ha mostrado mayor eficacia para comprender, entre otros temas, la realidad política de nuestros países en diferentes momentos de la historia latinoamericana.

El otro Occidente, como han llamado a América Latina algunos pensadores y académicos de la región, ha cultivado un género de escritura que es reflejo de una forma particular de ser y estar en el mundo: el ensayo. Esta tradición de escritura y reflexión social y humanística debe reivindicarse en el universo de la comunicación científica si no quiere morir en las heladas aguas del artículo científico.

De ahí que este Blog, como espacio abierto a la discusión de ideas entorno al universo de la publicación y comunicación global de la ciencia, enfrente el reto de recuperar aquellas formas de comunicar el saber académico hoy poco valorado por el mainstream de la ciencia.