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O Posttruth no contexto da avaliação científica e da comunicação

Omar M. Gallardo

Siguiendo la definición del Diccionario Oxford, “la posverdad denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

En la circunstancia de la publicación académica contemporánea, ceñida a los procesos de evaluación científica, el fenómeno de la posverdad refleja muy bien la manera en que algunos investigadores, colegas editores y, por supuesto, las burocracias universitarias, han hecho suyo el trillado y maniqueo discurso de la “calidad científica internacional” articulado, básicamente, por los siguientes elementos: a) Factor de Impacto de la revista, b) número de citas de los artículos, c) escritura de artículos en idioma inglés y d) índices internacionales de mayor prestigio: Scopus y Web of Science (WoS).

Este rosario de elementos constitutivos de la así entendida “calidad científica internacional” no ha hecho más que tergiversar una de las actividades más importantes del mundo de la comunicación de saberes académicamente trascendentes: la publicación de revistas de investigación.

Al reducir la evaluación de los investigadores a la publicación de artículos en revistas de “reconocimiento internacional”, se consolidó una forma particular de concebir el trabajo de investigación científica, que para el caso de las ciencias sociales y las humanidades ha resultado un despropósito.

El fenómeno de la posverdad en el contexto de la evaluación de la investigación y las revistas especializadas se refleja en el hecho de que el discurso de los organismos que diseñan e implementan la política científica en algunos de los países de la región, está dominado por “verdades a medias”; es decir, por la creencia de que la calidad de la investigación y las revistas científicas se mide en función de su pertenencia a los repositorios y bases de datos comerciales.

No importa que nadie discuta tus ideas, sino el número de citas que logre tu paper. De tal suerte que vivimos en una era de información liquida, haciendo alusión a uno de los conceptos centrales de la obra de Zygmunt Bauman; entendiendo por esto “aquella información no sustentada o confirmada, que tiene bases más parecidas al rumor”  1.

He escuchado hasta el cansancio a los agentes de venta de Scimago y sus epígonos —que también hacen consultoría editorial— repetir que el idioma franco de la ciencia es el inglés, y que mientras las revistas latinoamericanas no publiquen en inglés se mantendrán al margen de la conversación global de la ciencia. Media verdad que algunos espíritus bien intencionados toman a pie juntillas, aunque en realidad su texto no encuentre interlocutores.

Al reducir la evaluación de los investigadores a la publicación de artículos en revistas de “reconocimiento internacional”, se consolidó una forma particular de concebir el trabajo de investigación científica, que para el caso de las ciencias sociales y las humanidades ha resultado un despropósito.

Quienes han asumido el discurso de la “calidad científica internacional”, reducido a la publicación de artículos en revistas indizadas en Scopus y WoS, se han olvidado de la función social y pedagógica que históricamente ha significado la publicación académica universitaria para nuestros países. Los he visto morderse las uñas —literal— preocupados por la postulación de alguno de sus trabajos en revistas que participan en cualquiera de ambos repositorios comerciales.

Ante la pregunta —nada ingenua— de un colega editor que busca desmontar este discurso, el investigador responde —invariablemente—, “pues lo único que me interesa es cumplir con los requisitos del S.N.I para mantener mis estímulos de CONACYT y de la universidad”.

Los investigadores se sienten realizados cuando reciben un correo electrónico anunciándoles que su artículo fue aceptado para publicarse en determinada revista. Se inflama su pecho de orgullo cuando en clase, con sus alumnos, comparte la noticia y además les hace saber lo difícil que resultó traducirlo. “con este artículo seguro paso al nivel dos”, suelen comentar entre colegas.

También he visto casos patéticos de investigadores nivel 2 y 3 del S.N.I que se quejan de las revistas editadas por sus instituciones de adscripción argumentando falta de rigor, aunque en realidad se trata de una vieja treta para conseguir que los editores de casa les publiquen sin que medie un proceso de dictamen.

En fin, muchas son las anomalías que trajo aparejada la hasta hoy discutida ¡por fin! política nacional de ciencia y tecnología, especialmente lo que respecta a los criterios para evaluar el trabajo de investigación y comunicación de la ciencia a través de revistas especializadas.

Hace falta un nuevo modelo de evaluación tanto para investigadores como para las revistas que reivindique criterios diferenciados por áreas de conocimiento. La simple pretensión de superar la visión cuantitativa de la evaluación es fundamental y representa un paso adelante del discurso de la posverdad.

En este contexto, recibo con gusto la propuesta de los colegas del Seminario Permanente de Editores, coordinado en su mayoría por los amigos de la UNAM. Más allá de los criterios para establecer una nueva política de ciencia y tecnología vinculada a la evaluación de la investigación y comunicación científica, lo verdaderamente trascendente, me parece, es la iniciativa de escribir y circular un documento producto de la colaboración académica de editores e investigadores; lo que refleja, por un lado, la autonomía de uno de los elementos constitutivos del campo científico: las revistas especializadas; y, por el otro, la no injerencia de campos intrusos como el campo económico a través de las empresas que buscan tercerizar el trabajo editorial y comerciar, en última instancia, con las publicaciones financiadas con recursos públicos.

En el fondo, la iniciativa tiene por virtud, también, volver a plantear las preguntas que nos permitan reencontrar el sentido de la publicación académica vinculada a los grandes problemas del país y nuestras comunidades. Preguntas como, ¿qué temas publicar?, ¿a través de qué géneros de escritura académica?, ¿para quienes publicar?, ¿quiénes son nuestros lectores?, ¿a qué público nos dirigimos?, ¿cuál es la dimensión social, pedagógica y cultural de nuestro trabajo?, ¿en qué contribuyen las investigaciones al desarrollo del país? En fin, ¿cuál es la verdadera naturaleza de nuestros esfuerzos de comunicación científica?

Como bien sugieren los colegas del seminario en sus “propuestas para la política nacional de ciencia y tecnología”, hace falta un nuevo modelo de evaluación tanto para investigadores como para las revistas que reivindique criterios diferenciados por áreas de conocimiento. La simple pretensión de superar la visión cuantitativa de la evaluación es fundamental y representa un paso adelante del discurso de la posverdad. Se trata de superar el estado actual de organización del trabajo científico vinculado a la industrialización de la ciencia, lo que significó “el compromiso de ésta con los centros de poder económico, social y político, los cuales pasaron a tener un papel decisivo en la definición de las prioridades científicas”. 2

En este sentido, la propuesta de discutir tales criterios debe estar acompañada de la reivindicación de las iniciativas y los esfuerzos nacionales y regionales de repositorios de información científica de Acceso Abierto (AA) que proponen una mirada distinta respecto a la naturaleza y dinámica de las revistas científicas: Redalyc, Latindex, CLACSO y recientemente AmeliCA.

De lo que se trata, en el corto plazo, es de establecer canales de comunicación y colaboración conjunta con todos los actores que desde la academia desarrollan tareas de comunicación científica; no solamente para reivindicar su centralidad en la difusión de la ciencia de la región, sino para construir una alianza estratégica más amplia que articule a universidades, centros, institutos, editores, asociaciones científicas y organismos nacionales latinoamericanos que inciden en el diseño e instrumentación de la política científica en sus respectivos países, con el objetivo de superar cada uno de los criterios de “calidad científica internacional” que ha exportado el modelo de comunicación del norte.

Si la posverdad es un fenómeno social que tergiversa la correcta percepción de las cosas, es momento de desmontar el discurso que promueven las empresas que comercian con información científica. Salir de los espejismos que encierra este laberinto para pensar y hacer colaborativamente un modelo original que responda a las urgencias y expectativas de México y Latinoamérica; con quien nos une, entre otros lazos, el idioma español.

1. Véase Ramos, A. Información líquida en la era de la posverdad. Revista General de Información y Documentación, 28(1), 283-298. jul. 2018. Recuperado de http://revistas.ucm.es/index.php/RGID/article

2. Véase De Sousa, B. (2009), Una epistemología del sur. Argentina, Ciudad de Buenos Aires, Clacso-Siglo XXI, P. 39.